martes, 14 de abril de 2015

Os doy las gracias

¡Buenos días a todos y todas!

Hoy hemos pasado una noche bastante buena, éste pequeñajo parece que ya se va regulando. Me he levantado con las pilas a tope y he podido hacer cosas en casa, además de preparar algo del curro.

El primer mes me costó muchísimo aceptar que mi casa ya no estaría tan limpia ni tan bonita como a mi me gustaría; con dos perros, un gato y ahora un bebé, es bastante difícil mantener un hogar ordenado, aunque he de decir que tengo la gran suerte de contar con la ayuda de mi marido, que hace todo lo que puede y más para que no me agobie y termine por tirarme de los pelos... Y también tengo la gran suerte de contar con la  ayuda de la gente que me rodea, que siempre están dispuestos a acudir a mi llamada en caso de necesidad.

De eso vengo a hablaros hoy. No se porqué, pero me he levantado muy amorosa y agradecida, y de eso trata la publicación de hoy. Hay veces que nos cuesta dar las gracias y recordarle a los que están a nuestro alrededor lo mucho que les queremos, así que este post va para todos vosotros...

Me siento agradecida...

Agradecida por tener una familia en la que nos apoyamos incondicionalmente, pase lo que pase; por tener una familia política, que me aceptó a pesar de ser "la panchi"; por tener un equipo de trabajo que cree en mí; por tener unos amigos que están ahí para que nunca decaiga, a pesar del tiempo y la distancia.

Por tener una madre que, a pesar de no compartir algunas de las cosas que hago, me da su amor  y su apoyo para seguir adelante porque sabe que así soy feliz. 

Por tener unos padres que me dieron una educación y una cultura que a día de hoy me sigue abriendo muchísimas puertas. 

Por tener unos hermanos, que a pesar de las diferencias, las riñas o los malos momentos, me defienden con uñas y dientes y me protegen para que nada malo pueda sucederme.

Por tener unas primas que son como hermanas, con las que me he criado; con las que he compartido miles de experiencias, viajes, anécdotas. Primas que me han enseñado de todo; primas por las que he conseguido trabajar de lo que me apasiona. Primas que se han comido marrones sólo para que fuera feliz.

Por tener unos tíos que siempre me han tratado como si fuera su hija. Que cada vez que me ven me repiten lo mucho que me quieren. Que suben mi autoestima porque me repiten una y otra vez lo guapa que estoy, aunque vaya sin maquillar, en chándal o con el pelo enmarañado.

Por tener unos suegros que me abren sus puertas de par en par y me trataron como una más desde el primer día. Que me aceptaron tal cual soy, con mis manías, mis locuras y mi pasado. Que me escuchan cuando les cuento cualquier historia, que me comprenden.

Por tener una cuñada que cuida de mi hijo como si fuera el suyo propio; que cada vez que llora le coge para que yo pueda comer tranquila y descansar o darme una vuelta y tener un momento de paz. E hizo algo por lo que le estaré eternamente agradecida...

Por tener otra cuñada que es mucho más: hermana, amiga, confidente... Porque se recorrió casi 500 km por darme una sorpresa el día de mi despedida de soltera. Porque siempre está dispuesta a echarme una mano con la casa o con lo que sea. Porque me llama aunque no tenga nada que contarme, sólo para preguntar qué tal estamos.

Por tener un marido fiel, que es el primero en abrirme las puertas del camino hacia mis locuras. Que nunca me corta las alas para volar, porque el que me sienta libre es su felicidad. Que trabaja como un burro para darnos lo mejor a mí y a nuestra pequeña estrella. Que comparte mis sueños y antepone mi bienestar al suyo propio. Que me prepara sorpresas que nunca me imaginaría. Que guarda todas mis sonrisas en un baúl en su memoria, y vela por mis sueños para que siempre sean felices. 

Por tener unas amigas, que aunque las vea poco siempre me tienen presente. Y si necesito cualquier cosa les falta tiempo para venir a verme o ayudarme.

Por tener otras amigas que son grandes madres, cada una con su personalidad y su forma de ver el mundo, pero todas y cada una de ellas son geniales. Porque nunca imaginé que en una red social pudiera conocer a gente tan fatástica. Porque las jodías se hacen querer, aún sin conocerlas en persona. Porque kilómetros nos separan las unas de las otras, pero las siento como si viviésemos en el mismo barrio. Porque siempre están dispuestas a escuchar, a echar una mano y a hablar de lo que sea.

Estoy agradecida por tener gente tan buena a mi lado, por rodearme de personas tan maravillosas. Agradecida de sentirme amada y querida, por saber que nunca jamás estaré sola...

De corazón... ¡gracias!


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lunes, 13 de abril de 2015

Historia de un nacimiento

¡Feliz lunes a todos y todas!

Como os adelanté ayer en mi cuenta de Instagram, hoy estrenamos la sección "Maternidad" y como no podría ser de otra manera, que mejor que narraros mi experiencia del parto de Miguel, pues en ese día fue cuando todo comenzó...


El 11 de febrero de 2015, tuve cita en monitores en el hospital donde daría a luz. Para el que no esté muy familiarizado con esto de las pruebas en el embarazo, cuando te mandan a monitores suelen ponerte un aparatejo en la barriga que, además de detectar el latido del bebé (la primera vez que lo escuchas es realmente emocionante), detecta también si hay o no contracciones y la intensidad de éstas. Además, suelen mandarte a que el ginecólogo te haga un tacto para ver si hay dilatación y si el cuello del útero está borrado. 

Pues bien, la mañana de ese día nos acercamos a la cita mi marido y yo. Llevaba ya una semana pasada de fecha, y estaba ansiosa por conocer a nuestro pequeñajo, así que fui con la esperanza de que me dijeran: "tiene usted unas contracciones de libro, tenemos que dejarla ingresada...". Mi gozo en un pozo... No sólo tenía muy pocas contracciones, si no que llevaba dilatada dos semanas de 1 cm y parecía que la cosa iba para largo. Así que, después de monitorearme y pasar a la consulta de la ginecóloga, me dio el papel para ingresar al día siguiente para provocarlo. 

- Si en esta noche no te has puesto de parto, mañana a las 8 de la mañana ingresas para una inducción-.

- ¿Y no hay nada que pueda hacer para intentar que la cosa avance? - le pregunté con cara de circunstancia, aterrada ante la idea de una inducción, puesto que según todo lo que me habían comentado, las inducciones solían ser bastante largas, cansadas y dolorosas (en ese momento no podía hacerme una idea de lo que realmente era...).

- Intenta andar mucho y hacer ejercicios con la pelota de pilates. Poco más se puede hacer...-.

Pues bien, bajé a admisión a llevar el papelito con el que ingresaría al día siguiente, me dieron las pautas a seguir (acudir en ayunas, llevar unas zapatillas de andar por casa cómodas, etc) y nos volvimos para casa.

En seguida llamamos a nuestros familiares. Por un lado estaba emocionada, no sentía esa incertidumbre de no saber cuándo llegaría el momento; por otro estaba aterrada, en poco menos de 24 horas mi vida iba a dar un giro de 360 grados...

Aquella tarde fuimos a hacer las últimas compras para el pequeño retoño, y ya de paso, nos dimos un caprichito. Estuvimos cosa de 3 horas andando, y lo único que tenía era un dolor insufrible en los riñones y las piernas como las de un elefante, a causa del peso y la retención de líquidos.
Y nada... que no me ponía... Este niño se estaba haciendo, y mucho, de rogar.

Pasé la noche como pude. Intenté descansar para estar con las pilas cargadas para afrontar con entereza lo que se me venía encima, pero estaba como un niño pequeño la noche de reyes. Apenas pude pegar ojo, y lo poco que dormí, lo hice soñando con el momento del parto.

Al día siguiente, 12 de febrero, me ingresaron a las 8 de la mañana en el hospital. No había ni rastro de contracciones. Me vestí con el camisón que me proporcionaron, me tumbé en la camilla que me correspondía, respiré hondo y pensé: "allá vamos...".

Me colocaron la vía y me administraron el propest, un medicamento que se introduce en la vagina y va borrando el cuello del útero para desencadenar las contracciones. Ingresamos cuatro chicas para la inducción. A la media hora, una ya se había puesto de parto. 
Estuvimos una hora con los monitores, y como no había rastro de contracciones o eran muy irregulares y leves, nos mandaron a andar por el pasillo del hospital. Nos debimos de hacer los cien metros lisos por lo menos... ¿Sabéis lo aburrido que es pasear una y otra y otra vez por un pasillo durante casi dos horas?. No os podéis hacer una idea...

A las dos horas, volvimos a monitores. Las otras dos chicas tenían contracciones dolorosas y se iban haciendo regulares. Yo sin embargo, ni las sentía. Así que como la cosa no avanzaba, me subieron a planta.

Estuve todo el día en una habitación para mí sola, recibiendo visitas. Me encantó estar rodeada de los míos, pero si que es cierto que apenas pude descansar y luego lo eché de menos.
A las 00:00 h. vino la matrona de guardia a hacerme el último monitoreo y tacto y me dijo que estaba más verde que una lechuga, que dudaba bastante que me pusiera de parto esa noche y que seguramente al día siguiente me tuvieran que romper la bolsa para agilizarlo.

Pues bien... Algo me debió de hacer (poco después descubrí que me había realizado la maniobra Hamilton, la cual no se puede realizar sin consentimiento de la paciente), porque a las 00:30 h. empecé a sangrar y además las contracciones empezaban a picar. Quise aguantar todo lo que pudiera para ir lo más dilatada posible a la sala de partos; me intenté relajar, fui numerosas veces al baño (porque cada vez que me daba una me daba la sensación de que me iba a hacer de todo encima...), me peiné... Pero a la 01:00 ya no podía más. Desperté al padre de la criatura y le dije que llamara a la matrona, que me dolía bastante. Vino la matrona y me dijo con malicia:

- Ahora sí que tienes cara de estar de parto, ya tienes otro color... -.

Y yo pensando: te podrías meter la lengua por el c***.

Total, que efectivamente las contracciones empezaban a ser regulares, pero al hacerme el tacto me dijo que aún estaba algo justita, sólo llevaba 2-3 cm, pero que igualmente me bajaban a paritorio.
Así que cogimos todos los bártulos (porque cuando diese a luz me llevarían a otra habitación) incluído un ramo de rosas que me había traído mi hermano, el cual tuvimos que pasar un poco destrangis, ya que evidentemente era algo que no podía meterse en una sala de partos. Pero pusimos ojitos de cordero degollado e hicieron la vista gorda.

Me tiré cosa de dos horas en la sala de partos dando saltitos con la dichosa pelota, intentando relajarme, probando mil posturas, volviendo loco a mi marido: "ven, por favor, que quiero que estés conmigo... Vete, no quiero ni verte... Ven, hazme un masajito en los riñones... ¡Que te vayas, que quiero estar sola!". Entonces, entró la ginecóloga, una chica joven encantadora, y me informó sobre la epidural. Le dije que dejase el papelito pero que no iba a ponérmela bajo ningún concepto (ingenua de mí). Me exploró... y me vine abajo. En dos horas que llevaba sufriendo, no había dilatado ni un triste centímetro. Os podéis hacer una idea de lo frustrante que me resultó, estar pasando dolores para nada... Me dijo que tenía que romperme la bolsa. Es un procedimiento indoloro pero bastante engorroso e incómodo, ya que cada vez que me venía una contracción, salía líquido amniótico y me daba la sensación de que me estaba meando encima pero a lo bestia.
Aguanté otro tanto, pero entre el cansancio, el mar de hormonas que me inundaban en ese momento y el dolor, me agobié. Empezó a darme un ataque de ansiedad, no podía apenas respirar y no podía dejar de llorar. Abrazada a mi marido, le confesé que estaba agotada. Le dije una y otra vez que no podía más, que no podía hacerlo. Le juré y perjuré que jamás volvería a engañarme para pasar por algo parecido. Con los ojos inundados en lágrimas, le dije que necesitaba la epidural. Y me sentí mal, muy mal. Sentí que al pedirla era débil, vulnerable. Que estaba yendo en contra de mis principios... Pero si no me la ponía, me iba a caer redonda allí mismo.

Llamó a la ginecóloga, firmamos el papelito y vino una chica a pincharme. Sacaron a mi marido del paritorio, y si no hubiera sido por la ginecóloga que era un verdadero encanto, hubiera terminado de venirme abajo del todo. La anestesista no me encontraba el hueco y me pinchó como unas cinco veces. Al final, tuvo que llamar a la jefa para que le ayudase y por fin atinaron. No es nada agradable. Por mucho que te pongan anestesia general antes de meterte la cánula, tienes que estar aguantando en una posición bastante incómoda sin poder moverte, mientras te dan contracciones, una detrás de otra, muy dolorosas (cuando te rompen la bolsa son prácticamente inaguantables), que te dejan sin respiración.

Una vez tuve la epidural, me tumbaron y me pusieron un gotero con oxitocina para acelerar la dilatación. Empecé a sentir que todo mi cuerpo temblaba, y me hacía hasta gracia porque intentaba hablar y me castañeaban los dientes. Por fin me quedé dormida...

Y a las dos horas me desperté. Sentía una fuerte presión en la entrepierna y unas ganas locas de empujar. Así que se lo dije a la matrona y me dijo que lo hiciera. Me pusieron de un lado y luego del otro mientras empujaba ya que el bebé no conseguía darse la vuelta. A las 07:45 h. me dijeron que empujara con todas mis fuerzas. Y así lo hice. Empujé como si mi vida dependiera de ello, como si no hubiera un mañana... 15 minutos y 3 empujones después... Mi niño estaba fuera. Nació el viernes 13 de febrero de 2015 a las 08:05h.

Mientras empujaba no escuchaba nada, sentía como si estuviera sola, como si estuviera en el último rincón escondido del planeta, y sólo notaba un pitido en mis oídos y un zumbido en mi cabeza. Y cuando salió, sentí como si me hubieran hecho el vacío. Fue una sensación agridulce: por un lado me embriagué de la felicidad de haberlo conseguido al fin; por otro, sentí un vacío horrible en mi interior, como si me hubieran arrancado una parte de mí... Y al fin lo tuve encima, y todo lo demás dejó de existir. Ya no había dolor, ni siquiera sentía la aguja que estaba cosiendo el desgarro en mi sexo. Sólo le sentía a él. Su respiración, su piel, su mirada... Me eché a llorar. Todo lo que había pasado antes ya no existía, era como una lejana pesadilla, como si lo hubiera vivido hacía siglos. Lloré de felicidad, de tristeza, de alivio... Lloré y me enamoré.

Lo demás, ya lo sabéis...

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¡Espero que pases una maravillosa semana!

domingo, 12 de abril de 2015

Carta a un papá genial

Querido papá,

desde que te conocí supe que ibas a ser muy especial, pero no podía imaginar cuánto. Al principio, nos mirábamos tímidamente y cruzábamos apenas dos o tres palabras, pero poco a poco, decidiste irrumpir de golpe y sin avisar en mi mundo. Pasaste como un viento huracanado y lo dejaste todo patas arriba. No es que mi cabeza estuviera lo que se dice muy ordenada, pero rompiste mis esquemas y le diste la vuelta a todo en lo que creía. Y te doy las gracias...


Gracias porque conseguiste que volviera a creer en algo tan hermoso como es el amor. Porque conseguiste que me enfrentara a los fantasmas de mi pasado, y derrotara a mis demonios. Porque hiciste que viviera mi propio cuento de hadas, y cada día haces que me sienta como una princesa.


Gracias por hacer que cada día sea una nueva aventura, que nunca hay un día igual a otro. Por sacarme mil sonrisas y también alguna que otra lágrima.


Gracias por saber interpretar el más mínimo gesto en mi rostro, por querer atrapar en tu memoria cada instante que vivo de felicidad.


Gracias por subir mi autoestima, por hacerme sentir sexy aún teniendo una barriga como un balón de playa, aún habiendo visto salir a nuestro bebé de mis entrañas.


Gracias por dármelo todo sin pedir nada a cambio...


Gracias por querer ser mejor cada día, por no acomodarte, por esas ganas incansables de hacerme sentir como si fuera única.


Cuando me quedé embarazada, pareció que pasabas a un segundo plano. Todas las atenciones eran para mí, las preguntas, las celebraciones... Y no te importaba...


Estuviste en todo momento cuando me puse de parto. Aguantaste malas miradas, que te apretara la mano, todas las tontas palabras que solté a causa del dolor. Vigilaste mi sueño mientras hacía efecto la anestesia epidural para que nada ni nadie pudiera perturbarme a pesar de llevar casi 24 horas despierto... Me animaste a seguir adelante, me diste palabras de aliento, gracias a ti pude hacerlo.


Por eso de nuevo te doy las gracias, porque sin ti no hubiese sido posible alcanzar cada uno de mis sueños. Porque gracias a ti estoy viviendo todo esto y cada instante que pasa, es maravilloso.


Gracias por embriagarme de felicidad cada vez que te veo jugando con nuestro pequeño, inventándote canciones absurdas para hacerle sonreír. Gracias por mirarme mientras duermo.


Gracias por ser tú... Por ser un papá genial... Gracias por amarme, por amarnos... Gracias.




La danza de tu lengua y mi pecho

Miro por la ventana y veo que hace un día horrible: el cielo está gris, llueve, hace frío... El tiempo ha jugado con nosotros, nos dio unos días de tregua primaverales y ahora ha vuelto a entristecerse, se ha reído de nosotros. Pero no importa, porque mientras afuera la gente abre sus paraguas y se sube las solapas de sus gabardinas como si de detectives privados se tratara, tú y yo permanecemos unidos, muy cerquita el uno del otro, alimentándonos, tú de mi leche y mi amor, y yo de tus sonido,  tu respiración, tu calor, tus sonrisas furtivas que aparecen mientras duermes, signo de la placidez de tu descanso. 
Cuando supe que venías al mundo, sabía que te daría el pecho; pero según fueron transcurriendo los meses y crecías dentro de mí, y sentía que éramos cada día más parte el uno del otro, cada vez que sentía tus patadas, tus volteretas, cada noche interminable de hipo y de cientos de excursiones al baño, me fui convenciendo de que darte el pecho no era una elección, era lo que tenía que hacer... 
Me informé durante meses, leí y releí millones de artículos sobre los beneficios de la lactancia materna, pregunté miles de dudas, y aquel 13 de febrero cuando al fin te arrancaron de mis entrañas, cuando buscaste a ciegas dando cabezazos a diestro y siniestro mi pezón, volvimos a ser uno sólo. Sentí llenar ese vacío que minutos antes había experimentado cuando decidiste abandonar mi útero para enfrentarte al mundo. En aquella sala de partos, solos tú y yo contra el mundo.
Han sido dos meses duros cargados de miedos, dudas, incertidumbre... Pero han sido los dos meses más maravillosos de toda mi vida. Porque al darte el pecho me siento útil. Sentir que me necesitas da sentido a mi vida. Sentir la compleja coreografía que interpretan tu lengua con mi pecho, sentir el olor que desprende tu cabecita mientras me haces cosquillas en la nariz con tu cobrizo cabello, sentir que nuestras respiraciones y latidos se acompasan, sentir que tú eres parte de mí y yo lo soy de ti. Sentir es la razón por la que te doy el pecho. Porque nunca nadie podrá robarnos estos inolvidables momentos, que son sólo nuestros...


Hasta el higo...

Estoy hasta el higo de que TODO el mundo me diga lo mal que lo estoy haciendo... Vamos, no me han dicho mal. ¡¡¡Me han dicho FATAL!!! Según los opinólogos, estoy malcriando a mi bebé porque me lo meto en la cama a dormir, le doy teta y brazos cuando lo pide, le porteo... Está supuestamente acostumbrado a los brazos, porque el pobre no conseguía dormirse en el cochecito e iba llorando y claro, es que tengo que dejarlo llorar porque si con sólo dos meses ya me ningunea así cuando tenga 14 años.... Encima claro, como duerme conmigo, no me lo voy a sacar de la cama hasta que haga la mili por lo menos y todo el mundo se va a reír de él porque va a hablar y me va a seguir pidiendo teta.... Y bueno, éste niño que hambre tiene, todo el día mamando, dale un biberón porque se queda con hambre y va a estar mejor... 
¿¿Tan mal lo estoy haciendo de verdad?? ¿¿¿En serio AMAR a nuestros hijos y tratarlos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, con cariño, paciencia y respeto, es malcriarlos??? La respuesta es NO... Y si tú también te encuentras en ésta situación, sólo decirte que lo estás haciendo FENOMENAL. No dejes que ésta sociedad podrida y enferma merme tu autoestima y tu confianza en ti misma. No permitas que te afecten las opiniones de nadie, sea quien sea. Si pudiste parir y crear una vida, puedes criarla, que nadie te diga lo contrario. Nadie mejor que tú sabe lo que tú hijo necesita, no lo dudes ni un momento. Así que aprovecha cada momento porque es efímero, dentro de un segundo se te habrá escapado como agua entre los dedos... 
Cuán enferma tiene que estar la sociedad para prohibirnos expresar el amor incondicional, pero el odio se vea cada día en cualquier rincón... 


¡Bienvenid@s!

Mi nombre es Carmen, tengo 25 años y soy mamá primeriza de una pequeña estrella que cayó hace dos meses del firmamento iluminando mi corazón y mi vida llamada Miguel. Éste blog nace de la necesidad de expresar todas las nuevas emociones que estoy viviendo y con la necesidad de desahogarme. Cada día es una nueva aventura y me encantaría que algún día mi pequeña estrella reviviera todos los pequeños e inolvidables momentos vividos desde el punto de vista de la persona que más le ama en el mundo. 

Ya sólo me queda darte la bienvenida y agradecerte que estés leyendo éstas palabras, pues sin ti nada de esto sería posible. Espero que te quedes y disfrutes de estos pequeños pedacitos de mí.
Besos de colores y abrazo de oso,

Carmen (: